Mi verdad
(Acerca de unas manos que sujetan).
Yo era una gota de agua;
nací del rocío de una rama de chopo
cristalizada por la noche
que se rompió en mil pedazos
al alba
y por amor,
como todo lo que se hace añicos.
Llegué a sus manos casi congelada
y me deshice en su calor.
Mi piel se convirtió entonces
en la suya.
Me rompí para que me reconstruyeran,
-porque podían-,
e hice lo mismo con cada una de ellas.
Empezamos despacito,
a acercarnos hasta que nos tocamos,
y mi hombro se sujeto en el suyo,
y su hombro en el suyo
y así sucesivamente,
hasta que volvieron al mío.
Primero fuimos un reguero,
y después un río,
y al año siguiente una corriente indómita
y al siguiente un mar de verdes
y al siguiente un océano,
y pronto dejamos de distinguir nuestros límites
y nos fundimos con el cielo.
Nos vimos, de repente,
entralazadas, como ramas,
pero esta vez, inquebrantables.
Y nos desvestimos, ajenas al tiempo.
Entonces nos volvimos tan inabarcables
que descubrimos el amor verdadero.
Aquél que te aprieta la mano,
te besa en un abrazo,
y te devuelve al camino cuando el obstáculo deshace tu rumbo.
Ese amor verdadero que te salva
hasta de ti.
El que hace que crezcas un par de centímetros
porque paseas a su lado.
El que te acompaña por la vida
a través de la vida
y sobre todo,
en su contra.
Mi amor verdadero son ellas
que han plantado flores en mis huellas
para que cada vez que vuelva atrás
ame el camino
y jamás me pierda.
No sé mucho más de las cosas,
pero esa es mi verdad.
La poeta Andrea Valbuena,